martes, 1 de julio de 2008

Prólogo


Ya es martes de la semana que viene, y recién me doy cuenta. Hay tanta chamba que a veces uno pierde la perspectiva de la calidad del tiempo que vive y al final, cuando miras para atrás, el tiempo pasó volando, y si bien es cierto que el trabajo valió la pena, hubiese sido bueno, incluso para desarrollar mejor tu labor, darse un tiempo para uno mismo y para los tuyos.
Lo que descubrí como mío fueron las historias que comparto en este libro y que no son para leer en voz alta: es más, no son para leer, sino para ser contadas.
Antes de la televisión, la radio e incluso de los libros, la humanidad ya se comunicaba a larga distancia de una parte del mundo a la otra, y a lo largo del tiempo los abuelos enseñaban no solo a sus nietos sino a sus tatara tatara nietos, todo lo que tenían que saber; y las aulas de enseñanza no eran como las de ahora, eran gigantescas fogatas alrededor de las cuales las familias contaban, de generación en generación, lo que la humanidad había aprendido. La historia no era el conjunto de hechos descritos científicamente, como es hoy en día. La historia era poesía con seres mitológicos, y mística que conducía al oyente a un mundo sobrenatural, pero cuyo fondo siempre tenía un mensaje para la vida en la tierra. En esas historias, siempre los espíritus de los antepasados se reunían para llenar de sabiduría a las nuevas generaciones, porque en ese momento ellos, los nuevos, los jóvenes, eran la única razón por la que los viejos habían existido.
Yo conocí este mundo de la narración oral por primera vez hace 11 años, al cumplir la mayoría de edad, escuchando a un colombiano llamado Nicolás Buenaventura, quien tomaba asiento junto a una mujer que lo acompañaba con música, mientras él hacia solo eso, contaba historias. Al comienzo me pareció poco probable que la gente no se aburriese de ver a un hombre hablando durante dos horas, en medio de un escenario vacío. Sin embargo, me llamó la atención que la sala estuviera llena. Al término de la función entendí todo, había pasado mas de 120 minutos y no solo no había sentido el paso del tiempo, sino que quería seguir escuchando.
Por algunos amigos supe que la “cuentearía”, como la llaman en Colombia, tenía en nuestro país una pequeña legión de asiduos oyentes, quienes van buscando nuevos narradores para escuchar y disfrutan con gusto a los que ya probaron ser buenos cuentistas.
Sabiendo cuánto me había gustado la experiencia, asistí a la función de un francés radicado en Lima hace 15 años, llamado Francois Vallaey, y decidí finalmente que, como dije antes, esto era lo mío.
Supe que Francois daba talleres para enseñar el oficio, y mientras narraba noticias en un canal de TV muy temprano en las mañanas, y por las tardes, entre mis clases de derecho, aprendí (o eso creo yo) a contar cuentos, junto a un grupo muy diverso de personas con distintas profesiones y motivaciones en la vida. Compartir esa experiencia con ellos fue algo muy provechoso para mí como ser humano. De ese taller, tres de nosotros (éramos quince): Eloísa Trilles, una gitana con historias de gitanos; Javier Echevarria, actor y psicólogo, y yo decidimos poner en practica lo que habíamos aprendido y nos presentamos en el teatro Mocha Graña, de Barranco, durante 12 funciones, algunas con lleno total y otras no tanto, pero definitivamente si hoy tuviera tiempo repetiría la experiencia.
De todo lo vivido en esa época, sin lugar a dudas resalta especialmente nuestro aprendizaje con el maestro Francois Vallaey. Puedo decir hoy, once años después, que no he escuchado mejor narrador que él, y que lo bueno de este libro es absoluta culpa suya, mientras los errores son parte de mi afán por hacer de los Cuenta-cuentos algo mucho más popular de lo que son actualmente, para que las historias de nuestras vivencias no se pierdan, para que la gente no cambie el relato de cómo su familia llegó a Lima desde Humanga, Iquitos o Génova, y sobre todo quiénes somos.
Todos seguimos haciendo historia cada día de nuestras vidas, y es importante transmitir nuestras experiencias incluso en conversaciones familiares. Además, debemos retransmitir las que nos llegaron desde hace 5,000 años o más. Como dice el maestro Francois, estarán aquí dentro de 5,000 años más cuando nosotros solo seamos polvito en el viento.
Con respecto a las historias contenidas en este libro, debo aclarar a qué me refiero cuando digo que estas historias no son para ser leídas. Los textos que siguen son recopilaciones de narradores que yo he escuchado en los últimos 11 años. No existe un texto único, ni un guión, por lo tanto el cuento que ustedes leerán es solo la esencia y la interpretación del narrador que yo escuché, la que he tratado de transcribir lo más fielmente posible. Estas historias, por lo tanto, pueden tener muchas formas de ser narradas. Ahí entras tú (disculpa que ahora te tutee).
Los cuentos deben ser leídos, comprendidos y asimilados, para luego ser contados, si es que te gustó la historia.
Un buen ejercicio, para explicar mejor esto, es leer el cuento estando solo y lentamente, deteniéndose cada cierto tiempo para imaginar, con el libro cerrado, qué es lo que ha pasado en la historia, y describir los hechos con tus propias palabras. De ese modo, el cuento te utiliza a ti para ser contado, y es mas creíble: tú como herramienta. Es decir, tienes virtudes y defectos que el cuento aprovechará para mostrar que lo que cuentas es verdad.
Ahora bien, si los textos son referenciales, también es posible usar algunas pocas frases del comienzo y final que le pertenecen a la historia. Eso es válido siempre que no memorices historia completas. Estos no son poemas, son narraciones.
Otro de los consejos que aprendimos con el maestro Francois es que el cuento es un ser que merece mucho respeto. Por lo mismo, tiene que tener un espacio adecuado. Nunca te dejes llevar por las ganas de contar en cualquier momento o cualquier lugar. El rito en esto es muy importante. Recuerda que estás evocando conocimientos que pertenecen a toda la humanidad desde antes de que tú siquiera fueras proyecto. Algunos preferimos utilizar velas o determinados espacios para contar, nunca en un sitio lleno de gente, donde tres te escuchan mientras 50 hablan de cualquier cosa a tu alrededor. Incluso es probable que alguien te interrumpa, eso interrumpe la magia. No obligues a gente a escucharte si no quieren, eso nunca funciona, y no te sientas mal si alguien se duerme mientras cuentas un cuento, eso significa que esta en confianza, nadie duerme delante de alguien en quien no confía.
Finalmente, recuerda que los narradores, como Sherezada en Las Mil y Una Noches, cuentan con el cuchillo en la garganta. Si tu historia no gusta, serás silenciado para siempre. Así que es mejor que lo hagas bien. Si puedes entra a un taller, escucha al maestro, haz caso a sus consejos, ponle empeño, que el asunto es cosa seria. Y al contar, recuerda que no estas solo. Desde hace muchísimo, muchísimos, contamos contigo.

1 comentario:

lunazul24 dijo...

Es interesante descubrir como alguien tan acorazado como tu puede tener un lado tan sublime. Dejame contarte que alguna vez tuve la oportunidad de conversar contigo personalmente,hace poco.. me miraste a los ojos y causaste que me ruborizara... tienes una mirada muy dulce, así lo nieges mi querido Martín.
Los cuentos elegidos y plasmados aqui, simplemente dignos de ser recordados.