jueves, 10 de julio de 2008

Cuento de los Sapos en el Estanque


Este cuento se lo escuche a Javier Echevarria, en las presentaciones que hizo junto a Francois, el año 2004.

Somos los sapos del pozo, protegidos por muros bien grandes. Comemos bichos sabrosos; somos tranquilos y nadamos bastante. Pero somos temerosos del balde de los gigantes, del balde de los gigantes... (canción)

Una comarca de sapos vivía en un pozo protegido por estos muros grandes y tenían todo el alimento que querían. Nadaban tranquilos en el agua, y no pasaba nada, y siempre estaban muy protegidos, muy felices. Pero todos los días al amanecer, cuando aparecían los primeros rayos de sol arriba del pozo, aparecía un gigante que tiraba un balde sobre el pozo que había descerebrado a varios sapos. Y con el tiempo, preocupados, habían creado estrategias para poder evitar ese balde. Se había creado la “defensa civil” de los sapos: habían puesto salidas de emergencia, de escape, y habían hecho todo un sistema para evitar aquel gran peligro y lo habían logrado.


Entonces, con el tiempo, los sapos se reclinaban en las paredes o se hundían en el fondo y aguantaban la respiración y, cuando desaparecía el balde, tenían una vida tranquila, feliz, con alimento y protegidos. No pasaba nada.


Esta es la historia de Tarú, un sapito que tenía un brillo en la mirada, ese brillo del que siempre quiere ver mas allá de las paredes y del que siempre gana en las competencias pero no porque quiera ganar sino porque quiere salir más lejos de lo que es. Todo le quedaba chico.


Además, él siempre organizaba las competencias porque se aburría un poco en el pozo y siempre quería crear nuevos juegos, nuevas diversiones. Su cuerpo tenía toda una musculatura, esa musculatura que reflejaba la vitalidad contenida del que ya quiere ser y salir.


A su lado tenía a su amigo Viná, un sapito flacuchento, con los ojos saltones, todo flaco, cuyo cuerpo reflejaba sus ganas de llenarse. Quería aprender más y admiraba a Tarú. Era su héroe, siempre quería ser como él, quería saltar como el, quería hacer lo mismo que Tarú hacia.


Y como siempre también, porque siempre hay estas amistades, había un tercer amigo, envidioso, un sapo regordete, con la cara toda aplastada, Olaf, que le tenía envidia a Tarú y cuya gordura reflejaba como una existencia en reposo. Le fastidiaba que Tarú siempre le ganara en las competencias, que siempre saltara más alto, que siempre llegara más lejos y que, encima, tuviera un fan. ¡No podía ser!


Ese día, estaban justamente jugando a los saltos en el pozo a ver quién saltaba más alto y más lejos. De pronto aparece la mano de un gigante que suelta algo que cae en el medio de ellos. Ellos salen asustados porque no sabían qué cosa había caído y, de pronto, sale un sapo viejo, medio atontado por el golpe.


Nunca habían visto un extranjero, nunca habían visto un intruso; entonces, muy preocupado, Tarú le dice:


-“¿Tú quién eres? ¿De dónde vienes?
Y el sapo viejo, tratando de darse cuenta donde estaba, le dice:
-“Yo soy un sapo del océano”.
-“¿Océano? Qué es el océano?”
Tarú nunca había escuchado esa palabra
-“¿Qué es el océano? ¿Cómo es el océano?”
Entonces, el sapo viejo vio el pozo y dijo:
-“Es un poco difícil medirlo en este lugar”
-“¡A ver! A mí se me ha ocurrido algo”- dijo Viná para que Tarú viera que el tenía buenas ideas. Se pone justamente en el extremo del pozo y da un salto, el salto más alto que podía y llega casi hasta la mitad del pozo y le dice:
-“¿Es tan grande como esto?”
-“No, es mucho mas grande”.
-“A ver- dice Olaf – Fuera flacuchento! Yo te voy a enseñar!”-
Se pone en un costado, aguanta la respiración para levantar toda su humanidad, y levanta un salto mucho más alto y llega hasta tres cuartos del pozo y le dice:
-“¿Es tan grande como esto?”-
-“No, es mucho mas grande”.-


Tarú, que había estado escuchando embelesado esta historia del sapo viejo, estaba en un extremo del pozo y sin darse cuenta, de pronto, da un salto, un brinco muy alto y llega hasta el otro extremo del pozo y le dice:


-“¿Es tan grande como esto?”-
-“No, es infinitamente mas grande”.-
-“Mentiroso!- le gritó Olaf – ¡No hay nada más grande que este pozo! ¡Policía!”
Y vinieron todos los sapos policías de la comarca y se pusieron alrededor a hacerle un enjuiciamiento popular.
-“A ver, qué cosa hacemos, tenemos que juzgar a este intruso, ¡este extranjero! ¡Traigan su jurisprudencia!”


Pero tenían un gran problema porque las leyes siempre se basaban en quién roba el bicho ajeno, o quién invade el ladrillo del otro. Pero al traer este tipo de idea no sabían qué hacer. Entonces, van a la libre interpretación para ver el significado pero, de pronto, ellos no sabían que el sapo viejo estaba enfermo de nostalgia y murió.


Perfecto. Lo agarraron y lo enterraron en el cementerio de sapos. No había pasado nada. Siguieron viviendo tranquilos pero la palabra océano se volvió una palabra prohibida: nunca más tenía que ser mencionada y podrían seguir viviendo tranquilos.


Pasaron semanas, pero a Tarú le quedó aquí la idea. Pensaba en el océano, hasta que un día se atreve y le dice a Viná, su amigo:
-“¿Viná, no te provoca conocer el océano?”


Viná, asustado, mira a los costados, porque esa palabra estaba prohibida.
-“He estado pensando y qué te parece si al día siguiente, al amanecer, cuando caiga el balde del gigante, saltamos dentro y nos vamos arriba, ¿a ver qué pasa?”-
En ese momento Olaf, que estaba escuchando detrás del ladrillo, los acuso y dijo:
-“¡Policía! ¡Policía!”


Y vino toda la comarca. De nuevo el enjuiciamiento y todos ahí, en círculo, le dijeron:
-“¡Tarú! Sabemos cuáles son tus planes y eso está prohibido. ¡Y la ley hay que respetarla! Y eso es muy peligroso. Te puede pasar algo. Si tú sales vas a producir un estremecimiento en toda la comarca y todas las cosas van a cambiar. ¡Eso no se puede hacer! Así que, Tarú, vas a tener graves consecuencias, graves castigos, si tú haces una cosa así. ¡Nunca más vuelvas a mencionarlo! ¡Y se acabo! ¡Punto final!”


Todos se fueron a sus ladrillos. Pasaron las semanas y Tarú se quedó aquí con la idea y un día, al amanecer, cuando el gigante tira su balde, Tarú salta adentro y el gigante se lo lleva.
Viná salió:
-“¡Tarú, amigo! No te vayas! No te vayas!”
Y salió toda la comarca.
-“’Tarú, eso que has hecho esta muy mal! ¡Vas a recibir un fuerte castigo! ¡Vas a ser desterrado! ¡Este lugar ya no es tu patria! ¡Ya no es tu hogar! ¡Nunca mas podrás volver!”-
-“¡Pero no es suficiente! Tenemos que hacer algo mucho más grave. Hay que borrar su nombre de las partidas de nacimiento, cosa que nunca existió”.-


A su papá y a su mamá les dijeron:
-“¡Ya no tienen hijo! ¡Olvídense!”


Y siguieron viviendo tranquilos y para que nunca más se hable del asunto eliminaron todo recuerdo, todo vestigio de Tarú y siguieron los meses cantando siempre su himno; pero el himno había cambiado porque una cosa es cantarlo para recordar lo que eres y otra muy diferente para olvidar lo que sabes.


La fuerza inicial se convierte en esfuerzo y cada vez el esfuerzo crecía. Ellos no se daban cuenta, pero igual cantaban:

“Somos los sapos del pozo, protegidos por muros bien grandes. Comemos bichos sabrosos. Tranquilos nadamos bastante. Pero somos temerosos del balde de los gigantes.

Y al terminar se asoma Tarú de arriba del pozo y les dice:
-“¡Gente! ¡Aquí estoy!”
Todos voltean.
-“¡Tarú! ¡No te atrevas a saltar! ¡Este lugar ya no te pertenece! Si te fuiste, te largas y nunca más podrás volver. No vuelvas a saltar. ¡No te atrevas a saltar!”-
-“¡Pero si no quiero saltar! Yo venía a decirles que es verdad, que el océano existe, y es verdad, es infinitamente grande. Por más que lo mires no puedes ver los límites”.-


La mirada de Tarú había cambiado porque había adquirido una serenidad , la serenidad de quien conoce la eternidad.
-“Y no solamente eso –les dice- Aquí hay todos los alimentos que se puedan imaginar, todos los bichos, de todos los colores y de todos los sabores, y no solamente eso”.-


Y en eso se asoma una sapa, su esposa, y siete sapitos.
-“¡Hola! ¿Esta era tu casa, papá?”-
-Sí. Aquí arriba hay sapos como nosotros. Yo venía a decirles que salten en ese balde, que ese gran peligro en realidad era una gran oportunidad. No tengan miedo y vengan conmigo”.-
-“¡No te creemos, Tarú! ¡Lárgate y no vuelvas más!”-


Tarú se fue con su sapa y sus siete sapitos.


Al día siguiente, cuando el gigante tira su balde, de pronto, detrás de un ladrillo aparece Viná, asustado, pero creyendo en la palabra de su amigo. Salta dentro y el gigante se lo lleva.


Los demás prefirieron seguir viviendo en un pozo.


Y tú, en el pozo de tu alma, cada día al amanecer también tienes un balde de gigante que baja.No tengas miedo, agárrate fuerte de él y sube.

El Partido de Ajedrez


Cuento escuchado a Francois Vallaeys.

Sangre, guerra, miseria, gritos. Sangre, guerra, miseria, gritos. Sangre, guerra, miseria, gritos.


Basta! Basta! Basta!, se dijo un guerrero cansado de tantas guerras en su vida, tanta sangre en sus manos, tanta miseria. Así que abandonó sus armas por un rincón del camino; su cuchillo, sus flechas, su arco, su espada, su metralleta, su bazuca, su misil nuclear, y se fue solo en busca de la paz, en busca de la tranquilidad, en busca de la sabiduría.


Y llegó a un pueblo donde le dijeron que en la selva de al lado había un viejo sabio que enseñaba el arte de la paz a quien quería escuchar.


Así que el guerrero se fue a la selva y llegó a un lugar extraño. Había una choza muy humilde hecha de hojas secas, de ramitas, pero salía una luz extraordinaria de ella y, cuando el viejo sabio salió de la choza, el guerrero pudo averiguar de dónde venía la luz: irradiaba del mismo rostro del viejo sabio que tenía una risa impávida, serena.


El viejo sabio se acercó y le dijo al guerrero: ¿Para qué has venido? Y el guerrero le contó su pasado de guerra, de sangre, de miseria.... Que él quería encontrar la paz.


Entonces, durante tres días y tres noches, el viejo sabio le enseñó el arte de la respiración, el arte de la concentración, el arte de prestar atención, el arte de la meditación, el arte de ver en cada cosa algo lindo, el arte de perderse a la orilla del mar y decir sí a la vida, el arte de escuchar crecer la savia en las hojas de los árboles sabios o el arte de vivir sencillamente.


Y después de tres días y de tres noches, el guerrero se fue feliz para aplicar las enseñanzas del viejo sabio diciéndose: “Voy a encontrar la paz”. Pero cada vez que trataba de aplicar las enseñanzas del viejo sabio, volvía la guerra, la sangre, la miseria, las pesadillas. Su pasado no podía liberarse de su pasado: ¿cómo encontrar la paz después de tanta violencia?


El guerrero no tenía respuesta a esa pregunta. Entonces se fue nuevamente a ver al viejo sabio y le dijo: “Maestro, perdóname, no pude encontrar la paz. Enséñeme más, por favor”.


Y durante tres días y tres noches el viejo sabio le enseñó el arte de la respiración, el arte de borrar las apariencias para mirar la verdadera esencia del mundo.


Una esencia lúcida como la música de Mozart, como la música de Mozart...


Y después de tres días y de tres noches, el guerrero se fue feliz a su casa. Se dijo: “Ahora sí entendí, voy a encontrar la paz”.


Pero cada vez que trataba de aplicar las enseñanzas, volvía la sangre, la guerra, las pesadillas, los gritos de las mujeres. No podía liberase de su pasado. Pero esta vez empezó a sospechar que este viejo sabio no tenía buenos ejercicios y que no era más que un payaso. Así que volvió nuevamente a verlo pero esta vez con otra actitud: “¡Oye, viejo sabio, tú me has engañado, eres un fracaso, eres un payaso, me has hecho perder mi tiempo, me has hecho perder mi tiempo!” El viejo sabio tranquilo y sereno dijo: “Bueeeeno, vamos a ver un último intento: ¿sabes jugar ajedrez?”


“Por supuesto que sé jugar ajedrez, soy un excelente jugador”.


“Muy bien, muy bien, vamos a jugar un partido tú y yo pero bajo una condición: Aquel que gana corta la cabeza del otro con esa espada que ves aquí. ¿Estás de acuerdo?”


“Esteeee, ¡ sí, sí! Ya, ¡juguemos!”


Y se pusieron a jugar los dos bajo la sombra de un árbol afuera y, después de cinco minutos, el viejo sabio había construido una estrategia muy buena. Se había apoderado del centro y digamos que el guerrero se encontraba en una posición incómoda. Después del cuarto de hora, el guerrero había perdido un alfil, una torre y un caballo. Después de media hora ¡había perdido su reina! Y ¡su rey se encontraba en una posición critica! Empezó a temblar, veía la mano de la muerte acercarse de su cuello arrancarle la cabeza; veía su cabeza rodar por el piso (pututu pututu pututu). Miró la espada: “Ay, parece muy buena esa espada”. Miraba al viejo sabio y el viejo sabio tranquilito, reflexionando, tal como Kasparov, sereno...

“Ay, ese viejo sabio no va a tener ningún reparo en matarme. ¡No! Tengo que salvar mi vida, tengo..., tengo...., tengo que ponerme tranquilo sobre todo”.


Entonces, el guerrero se puso a respirar como el viejo sabio le había enseñado y, respirando, encontró la clama. Nuevamente se abrió, encontró la lucidez, encontró cómo proteger a su rey, organizar una buena defensa y luego contraatacar; y, después de una hora de juego, le había robado un alfil, una torre y un caballo; y, después de dos horas ¡le había robado su reina! Y después de tres horas de juego, la falla en el juego del viejo sabio. “Ahora sí”, se dijo el guerrero: “Pongo mi torre acá y es jaque mate. Jajaja, te voy a matar viejo payaso”. Agarró la torre, la levantó y en ese mismo instante, ¡SHUA!: sintió un nuevo sentimiento invadir su ser, un sentimiento que no conocía. Se dijo: “¿Pero por qué voy a matar a ese viejo sabio? Él ha hecho tanto por mí; soy un bruto que no entiende nada”.


Así que devolvió la torre a su lugar de origen y empujó un peón cualquiera. En ese mismo instante PLOP, PLOP, votó todo el juego y le dijo: “¡Ya ves, entendiste! Primero hay que vencer el miedo y luego puede venir el amor”.

miércoles, 9 de julio de 2008

La Madre de las Historias

Como su nombre lo dice, esta es la madre del cordero, un cuento que te cuenta por qué, el que cuenta, lo hace.
La historia nos la contó Francois Vallaeys, en una noche reunidos con amigos en mi cumpleaños, ¡estupendo regalo! Así que la escribo como la recibí:


---Esta mujer no era feliz. Vivía a las afueras de un gran bosque junto con su marido, un leñador, en los primeros tiempos del mundo.


¡Ja! Su marido, su marido tenía el alma tan oscura y peluda como su barba y él decía siempre:
“¡Jo! Pega a tu mujer: si tú no sabes por qué, ella sí lo sabrá... aja je ja”


Y esa era su filosofía matrimonial. Y bueno, cada día que regresaba de cortar leña entraba a la cocina, dejaba la leña por un costado, agarraba un palo lo levantaba y FA, FA, FA, le daba una gran paliza a su esposa, sin pretextos, sin explicación.


Mujer callada, mujer frustrada, mujer avergonzada. Y ella ¡ja!, nunca había sonreído desde su matrimonio.


Sin embargo, un día que él se había ido a cortar leña, ella empezó a sonreír. Sentía una flor abrirse en su vientre, una nueva vida crecer. “Un bebe: voy a tener un bebe”, se dijo y se puso muy feliz.


Pero de pronto pensó: “Mi marido, los golpes en la noche, podrían alcanzar al feto, podrían matarlo; tengo que proteger su vida, pero ¿cómo hacer?”


Y estuvo todo el día pensando y pensando como proteger la vida de su bebe.


Pero cuando llegó la noche y llegó su marido, ella, a pesar de su angustia, había encontrado una fuerza serena como de mil robles.


El entró, dejó su hacha por un costado, agarró el palo lo levantó y....
“¡No, no! Espera, te voy a contar un cuento: esteeee.... es bien bonito y me pegarás después...”. “Oh”, dijo el marido y se quedó con el palo levantado para escuchar la historia y ella, mirando al palo, empezó a contar.


Oh! No sabía lo que iba a contar pero las palabras empezaron a fluir de ella. Era mágico. Era como una fuente sonriente de cuentos, mitos y leyendas extraordinarias.


Él escuchaba los cuentos boquiabierto sin moverse.


Ella también estaba muy sorprendida y duró toda la noche cuentos tras cuentos.


Y cuando llego la lucecita de la mañana, él dejo el palo, agarró su hacha y se fue a trabajar.


Más tarde, cuando llego la noche, regresó a casa, dejó el hacha, agarró el palo…
“¡No, no, espera! Tengo mas cuentos! Vas a ver, las historias son bien bonitas y me pegarás después”.


¡Ah!
Y otra vez empezó a contar... y vino esa fuente inocente, sonriente de cuentos, mitos y leyendas extraordinarias. Mujer inspirada, mujer liberada, mujer narradora. Y eso duró todo el embarazo, los nueve meses del embarazo.


Ella cada noche contaba cuentos y sin duda sucedía algo con los cuentos porque noche tras noche él cambiaba de actitud. Como una luz de lucidez se prendía en sus ojos, se ponía más tierno y, cuando nació el bebé, varón fue. Oh! Él se sentía invadido por un sentimiento cósmico..., atravesó el país de las lágrimas y descubrió el amor y fue un buen padre y nunca más pegó a su mujer; al contrario, fue muy tierno.


Bendita sea esa mujer. Ella es la madre de las historias; gracias a ella existen cuentos, mitos y leyendas en la tierra.


Benditos sean los cuentos porque ellos protegen la vida de los bebés por nacer y a veces logran callar a los puños y a los palos.


Y bendito seas tú que estás escuchando los cuentos porque gracias a ti va a poder seguir adelante ese gran río milenario de bocas y oídos que trajo esas historias hasta la puerta de tu corazón.

El Pescador Valiente de Bermeo

Eran los días de la Gran Guerra Mundial. Los mares estaban sembrados de minas. Los submarinos y los aviones vigilaban las rutas marítimas en alerta permanente. La Humanidad se arrugaba como las pasas ante las noticias de combates fabulosos que estremecían al mundo.

La industria pesquera adelgazaba en todos los países. Los pescadores se aburrían con los brazos cruzados frente a los mares. Hasta los tigres marinos y los tiburones se cobijaban en los remansos de paz junto a las playas de recreo. El hambre corroía a los seres humanos enlutando a los pueblos pesqueros.

En una villa vasca de la periferia, olorosa de sardinas, sus habitantes sesteaban acobardados ante el peligro de hacerse a la mar y caer prisioneros de los contendientes.

Cierto día se comentaba, en un modesto hogar de pescadores, la precaria situación en que vivían. Lo integraban una familia numerosa, los padres y siete hijos, con sus ceños arrugados, y en los huesos. No comían otra cosa que pequeños moluscos arrojados por las olas a la playa que normalmente hubieran servido de carnada. Tenían los estómagos tan encogidos que semejaban calcetines de algodón después de la colada. Así las cosas, la mujer le dice al marido:

-Mira, no podemos seguir así. Ya ves que nuestros hijos se mueren de hambre: se han quedado esqueléticos. En la casa ya no hay nada de valor por empeñar. No se me ocurre más solución que echarse a la mar y probar ahí algún milagro, total, aquí la suerte ya esta echada.-

-Mira, mujer- le replicó su esposo - sabes que soy valiente hasta la demencia. Jamás tuve miedo a la guerra. Me gustan las aventuras. Pero si salgo a pescar puedes quedarte viuda y nuestros hijos condenados a desventurada orfandad. El ayuno ya lo conocemos; el desamparo económico, también. La angustia de la situación ha llegado a su punto final.-

- Mira, marido, tienes que hacer de tripas corazón y salir a pescar.-

-¡Caramba, eso quería oírte. Que no te entristezca el que me eche a la mar!.-

-Ya sabía yo que tenía un marido valiente. Pero te daré un consejo muy útil porque tu eres corto de ingenio y te puede sacar de apuros si te echan el alto en tu faena.-

-Explícate, explícate, que ya sé que eres más lista que Cardona.-

-Mira, marido, cuando estés en el mar, si te sale un submarino, fíjate en la bandera que lleva. Si es alemán, dices que eres germanófilo; si es inglés, anglófilo; si es ruso, rusófilo; y si es francés, francófilo.-

-¡Oh, que lista eres! No se me había ocurrido semejante agudeza. A fe que soy duro de mollera. Ya está decidido: seguro que con esta recomendación saldré triunfante en mi aventura.-

Al día siguiente, al amanecer, nuestro buen pescador se echó en su pequeña barca a la mar.

Los demás pescadores, al enterarse, se hacían de cruces. Semejante atrevimiento les había sacado de quicio.

-Loco, loco de remate- decían- siempre fue un hombre de cabeza caliente-.

Pasó las aguas jurisdiccionales y se internó en los lugares de pesca, jubiloso de su afán. La red se le llenaba de riqueza. Se sentía el más feliz de los mortales. Cantaba de gozo una canción vasca.

Cuando llenó sus depósitos de pesca, adelante con los faroles, hacía la costa con su magnifica carga. Pero, de repente, le echó el alto un monstruo del mar, un submarino. El pescador se acordó de la recomendación de su esposa y recibió el encuentro sin inmutarse. Miró en busca de la bandera para ver su nacionalidad, pero no la vio por ninguna parte.

-¡En buena me he metido! -exclamó- ¡Ojalá estuviera mi mujer aquí para que hablara por mí!-

Como era valiente, no se acobardó, a pesar de todo.

El capitán del submarino le hizo señales de rigor y le ordenó que se acercara al barco de guerra.

-El valor es para las ocasiones, y de cobarde no hay nada escrito –pensaba para sí el pescador-. Me haré el ignorante y diré que no entiendo nada de nada.-

Por la boca muere el pez.

En boca cerrada no entran moscas.

-¿Quién eres?- Interrogó el capitán.

-Un pobre pescador con siete hijos que se me mueren de hambre y no he tenido mas remedio que salir a pescar.-

-No me vengas con excusas. Sospecho que eres un miserable espía. Tu aventura te va costar la cabeza.-

-No, no, usted piensa mal de mí. He salido a la mar por necesidad. Si estuviera aquí mi mujer, que es muy lista, ella le probaría a usted que digo la verdad.-
Al verlo solo, ahí, el capitán reflexionó, y pensó que era un hombre muy valiente, por lo que le tomo simpatía.

Bueno. Está bien. Vamos a ver –le dijo-: ¿eres rusófilo?
-No entiendo nada de nada.
-¿Eres anglófilo?
-Cerca, cerca lo va usted a adivinar.
-¿Eres francófilo?
-Cerquita, cerquita, casi lo ha adivinado usted.
-Pero vamos a ver, ¿quieres decirme qué eres?
-Mire usted, soy Teófilo, el de Bermeo.
-¡Ah!, ¿has dicho que eres francófilo?
-No, no señor: Teófilo, el de Bermeo.

miércoles, 2 de julio de 2008

El Pajaro Enjaulado

Este cuento se lo escuché a Francois Vallaeys en el Teatro Británico hace 5 años. En aquel momento de crisis política y marchas universitarias, para un grupo de estudiantes como nosotros, fue más que una inspiración.

---Imagínense el Palacio del Rey de la India: mármol, piedras preciosas, oro... , Imagínense el cuarto más lindo del palacio del Rey de la India: todo bañado en oro. Imagínense en el centro del cuarto una jaula: también de oro; imagínense en esa jaula un pájaro: un pájaro multicolor; un pájaro que sabe hablar todos los idiomas del mundo; un pájaro muy sabio. Y esa ave era el único amigo del rey de la India.
Cada día después del concejo de ministros, el Rey viene a ver al ave y le cuenta todo: sus problemas políticos y sus problemas personales. Y el ave le da muy buenos consejos...
Y cada día el Rey le dice al ave:
“Oh, Ave Mía tú que eres mi único amigo, el único ser en quien puedo confiar, pídeme lo que quieras y te lo daré”...
Y cada día el pájaro contesta: “Oh Rey de la India gracias pero yo ya tengo de todo: me has dado una jaula de oro; cada día me dan la mejor comida; músicos y bailarines vienen a divertirme. Yo ya tengo de todo pero hay una sola cosa que, Oh Rey de la India, si tú dices que eres mi amigo, por favor dame la LIBERTAD!”- “¡Ah eso no! Nunca, te quedarás conmigo para siempre en esa jaula de oro a mi lado, total ¿no estás feliz? Ja! Cualquier pájaro quisiera estar en tu lugar”. Y cada día el Rey se va y el pájaro suspira.
Un día el Rey viene más temprano que de costumbre y le dice: “Tengo una buena noticia y una mala noticia para ti. La mala noticia es que vamos a estar alejados uno del otro por algún tiempo porque me voy de viaje; y la buena es que voy a tu tierra ¡la selva! Si quieres te puedo traer algo.”
“Oh no, gracias Rey de la India, porque yo ya tengo todo.
Pero me gustaría que vayas donde mis hermanos los pájaros multicolores en la selva y que les digas que estoy acá en tu castillo, en esa jaula de oro, que me tratas bien, que no se preocupen por mí; mándales mis saludos nomás.”
Bueno... el Rey se fue. Arregló sus asuntos políticos durante su viaje y después se internó en la selva.
Y ahí llegó a un lugar extraño. Había miles y miles de pájaros multicolores volando, por encima de los grandes árboles, de tronco blanco. Los pájaros cantaban en todos los idiomas del mundo a la vez.
Era un espectáculo fantástico incluso para el Rey de la India.
El Rey se quedó largo rato escuchando, mirando a los pájaros y finalmente se atrevió a hablar, dijo: “Soy el Rey de la India, en mi palacio tengo a uno de sus hermanos, lo trato muy bien, está en una jaula de oro y les manda saludos. Dice que no se preocupen por él”.
Y en ese mismo instante ¡¡SHOPP!! Cayó en el piso un pájaro muerto.
El rey cogió entre sus manos el cuerpo del pajarillo, caliente todavía pero sin vida. Se puso muy triste por el ave, pero inmediatamente una angustia le inundó el corazón. Su amigo, su ave, que le esperaba en casa podía sufrir, o estar sufriendo, la misma suerte por lo que dejó el cuerpo del pájaro al pie de un árbol, y decidió regresar, lo más rápido posible a palacio.
Al llegar, fue de frente al cuarto del ave y le contó todo, su viaje, la selva, los árboles blancos, los pájaros multicolores que volaban, lo lindo que era y también tuvo que contarle de ese pajarillo muerto a sus pies…
Y… en ese momento dio la vuelta a la jaula y también ¡Su único amigo estaba muerto en la jaula!
“¡Oh no puede ser, es un hechizo! Pero despierta, por favor, no me dejes, tú eres mi único amigo, ¡qué voy a hacer sin ti!” (...)
Pero nada... el cuerpo del pajarillo estaba en el piso de la jaula; el Rey abrió la puerta de la jaula de oro, sacó a su único amigo, su cuerpo pequeñito, caliente todavía pero sin vida.
Lo pegó a su pecho y se puso a llorar como solo un rey sabe hacer... y finalmente depositó el cuerpo de su único amigo al borde de la ventana para empezar a rezar.
En ese mismo instante ¡PUP! El pájaro se puso de pie y ¡flo plo plo plo plop! Se fue volando por la ventana abierta para pararse en un árbol, a cinco metros lejos del Rey de la India, -por si acaso-.
Desde ahí el pajarillo le dijo al del Rey de la India: “Oh Rey, no llores jeje ¿ya ves? estoy bien vivo, también está vivo mi hermano allá en la selva ¿sabes? Sencillamente me decía lo que tenía que hacer para recuperar mi libertad.
Oh, Rey de la India, no llores.
Míralo de esta forma: tú y yo hemos aprendido algo hoy. Tú has aprendido que un mensajero nunca sabe todos los mensajes que trae con él... y yo he aprendido que la libertad no es una flor que se pide… ¡la libertad en una flor QUE SE TOMA!”

Algunos cuentos son, algo así, como la columna vertebral de la narración oral y este, definitivamente, es uno de ellos por la trascendental importancia que tiene para un narrador el hecho de que, como hemos visto, el mensajero, el narrador, nunca es conciente del mensaje que lleva. Y es que el mensaje no está en la historia, está en quien la escucha, esperando que alguien lo saque del inconsciente al conciente reflexivo del oidor.

martes, 1 de julio de 2008

Prólogo


Ya es martes de la semana que viene, y recién me doy cuenta. Hay tanta chamba que a veces uno pierde la perspectiva de la calidad del tiempo que vive y al final, cuando miras para atrás, el tiempo pasó volando, y si bien es cierto que el trabajo valió la pena, hubiese sido bueno, incluso para desarrollar mejor tu labor, darse un tiempo para uno mismo y para los tuyos.
Lo que descubrí como mío fueron las historias que comparto en este libro y que no son para leer en voz alta: es más, no son para leer, sino para ser contadas.
Antes de la televisión, la radio e incluso de los libros, la humanidad ya se comunicaba a larga distancia de una parte del mundo a la otra, y a lo largo del tiempo los abuelos enseñaban no solo a sus nietos sino a sus tatara tatara nietos, todo lo que tenían que saber; y las aulas de enseñanza no eran como las de ahora, eran gigantescas fogatas alrededor de las cuales las familias contaban, de generación en generación, lo que la humanidad había aprendido. La historia no era el conjunto de hechos descritos científicamente, como es hoy en día. La historia era poesía con seres mitológicos, y mística que conducía al oyente a un mundo sobrenatural, pero cuyo fondo siempre tenía un mensaje para la vida en la tierra. En esas historias, siempre los espíritus de los antepasados se reunían para llenar de sabiduría a las nuevas generaciones, porque en ese momento ellos, los nuevos, los jóvenes, eran la única razón por la que los viejos habían existido.
Yo conocí este mundo de la narración oral por primera vez hace 11 años, al cumplir la mayoría de edad, escuchando a un colombiano llamado Nicolás Buenaventura, quien tomaba asiento junto a una mujer que lo acompañaba con música, mientras él hacia solo eso, contaba historias. Al comienzo me pareció poco probable que la gente no se aburriese de ver a un hombre hablando durante dos horas, en medio de un escenario vacío. Sin embargo, me llamó la atención que la sala estuviera llena. Al término de la función entendí todo, había pasado mas de 120 minutos y no solo no había sentido el paso del tiempo, sino que quería seguir escuchando.
Por algunos amigos supe que la “cuentearía”, como la llaman en Colombia, tenía en nuestro país una pequeña legión de asiduos oyentes, quienes van buscando nuevos narradores para escuchar y disfrutan con gusto a los que ya probaron ser buenos cuentistas.
Sabiendo cuánto me había gustado la experiencia, asistí a la función de un francés radicado en Lima hace 15 años, llamado Francois Vallaey, y decidí finalmente que, como dije antes, esto era lo mío.
Supe que Francois daba talleres para enseñar el oficio, y mientras narraba noticias en un canal de TV muy temprano en las mañanas, y por las tardes, entre mis clases de derecho, aprendí (o eso creo yo) a contar cuentos, junto a un grupo muy diverso de personas con distintas profesiones y motivaciones en la vida. Compartir esa experiencia con ellos fue algo muy provechoso para mí como ser humano. De ese taller, tres de nosotros (éramos quince): Eloísa Trilles, una gitana con historias de gitanos; Javier Echevarria, actor y psicólogo, y yo decidimos poner en practica lo que habíamos aprendido y nos presentamos en el teatro Mocha Graña, de Barranco, durante 12 funciones, algunas con lleno total y otras no tanto, pero definitivamente si hoy tuviera tiempo repetiría la experiencia.
De todo lo vivido en esa época, sin lugar a dudas resalta especialmente nuestro aprendizaje con el maestro Francois Vallaey. Puedo decir hoy, once años después, que no he escuchado mejor narrador que él, y que lo bueno de este libro es absoluta culpa suya, mientras los errores son parte de mi afán por hacer de los Cuenta-cuentos algo mucho más popular de lo que son actualmente, para que las historias de nuestras vivencias no se pierdan, para que la gente no cambie el relato de cómo su familia llegó a Lima desde Humanga, Iquitos o Génova, y sobre todo quiénes somos.
Todos seguimos haciendo historia cada día de nuestras vidas, y es importante transmitir nuestras experiencias incluso en conversaciones familiares. Además, debemos retransmitir las que nos llegaron desde hace 5,000 años o más. Como dice el maestro Francois, estarán aquí dentro de 5,000 años más cuando nosotros solo seamos polvito en el viento.
Con respecto a las historias contenidas en este libro, debo aclarar a qué me refiero cuando digo que estas historias no son para ser leídas. Los textos que siguen son recopilaciones de narradores que yo he escuchado en los últimos 11 años. No existe un texto único, ni un guión, por lo tanto el cuento que ustedes leerán es solo la esencia y la interpretación del narrador que yo escuché, la que he tratado de transcribir lo más fielmente posible. Estas historias, por lo tanto, pueden tener muchas formas de ser narradas. Ahí entras tú (disculpa que ahora te tutee).
Los cuentos deben ser leídos, comprendidos y asimilados, para luego ser contados, si es que te gustó la historia.
Un buen ejercicio, para explicar mejor esto, es leer el cuento estando solo y lentamente, deteniéndose cada cierto tiempo para imaginar, con el libro cerrado, qué es lo que ha pasado en la historia, y describir los hechos con tus propias palabras. De ese modo, el cuento te utiliza a ti para ser contado, y es mas creíble: tú como herramienta. Es decir, tienes virtudes y defectos que el cuento aprovechará para mostrar que lo que cuentas es verdad.
Ahora bien, si los textos son referenciales, también es posible usar algunas pocas frases del comienzo y final que le pertenecen a la historia. Eso es válido siempre que no memorices historia completas. Estos no son poemas, son narraciones.
Otro de los consejos que aprendimos con el maestro Francois es que el cuento es un ser que merece mucho respeto. Por lo mismo, tiene que tener un espacio adecuado. Nunca te dejes llevar por las ganas de contar en cualquier momento o cualquier lugar. El rito en esto es muy importante. Recuerda que estás evocando conocimientos que pertenecen a toda la humanidad desde antes de que tú siquiera fueras proyecto. Algunos preferimos utilizar velas o determinados espacios para contar, nunca en un sitio lleno de gente, donde tres te escuchan mientras 50 hablan de cualquier cosa a tu alrededor. Incluso es probable que alguien te interrumpa, eso interrumpe la magia. No obligues a gente a escucharte si no quieren, eso nunca funciona, y no te sientas mal si alguien se duerme mientras cuentas un cuento, eso significa que esta en confianza, nadie duerme delante de alguien en quien no confía.
Finalmente, recuerda que los narradores, como Sherezada en Las Mil y Una Noches, cuentan con el cuchillo en la garganta. Si tu historia no gusta, serás silenciado para siempre. Así que es mejor que lo hagas bien. Si puedes entra a un taller, escucha al maestro, haz caso a sus consejos, ponle empeño, que el asunto es cosa seria. Y al contar, recuerda que no estas solo. Desde hace muchísimo, muchísimos, contamos contigo.