miércoles, 9 de julio de 2008

El Pescador Valiente de Bermeo

Eran los días de la Gran Guerra Mundial. Los mares estaban sembrados de minas. Los submarinos y los aviones vigilaban las rutas marítimas en alerta permanente. La Humanidad se arrugaba como las pasas ante las noticias de combates fabulosos que estremecían al mundo.

La industria pesquera adelgazaba en todos los países. Los pescadores se aburrían con los brazos cruzados frente a los mares. Hasta los tigres marinos y los tiburones se cobijaban en los remansos de paz junto a las playas de recreo. El hambre corroía a los seres humanos enlutando a los pueblos pesqueros.

En una villa vasca de la periferia, olorosa de sardinas, sus habitantes sesteaban acobardados ante el peligro de hacerse a la mar y caer prisioneros de los contendientes.

Cierto día se comentaba, en un modesto hogar de pescadores, la precaria situación en que vivían. Lo integraban una familia numerosa, los padres y siete hijos, con sus ceños arrugados, y en los huesos. No comían otra cosa que pequeños moluscos arrojados por las olas a la playa que normalmente hubieran servido de carnada. Tenían los estómagos tan encogidos que semejaban calcetines de algodón después de la colada. Así las cosas, la mujer le dice al marido:

-Mira, no podemos seguir así. Ya ves que nuestros hijos se mueren de hambre: se han quedado esqueléticos. En la casa ya no hay nada de valor por empeñar. No se me ocurre más solución que echarse a la mar y probar ahí algún milagro, total, aquí la suerte ya esta echada.-

-Mira, mujer- le replicó su esposo - sabes que soy valiente hasta la demencia. Jamás tuve miedo a la guerra. Me gustan las aventuras. Pero si salgo a pescar puedes quedarte viuda y nuestros hijos condenados a desventurada orfandad. El ayuno ya lo conocemos; el desamparo económico, también. La angustia de la situación ha llegado a su punto final.-

- Mira, marido, tienes que hacer de tripas corazón y salir a pescar.-

-¡Caramba, eso quería oírte. Que no te entristezca el que me eche a la mar!.-

-Ya sabía yo que tenía un marido valiente. Pero te daré un consejo muy útil porque tu eres corto de ingenio y te puede sacar de apuros si te echan el alto en tu faena.-

-Explícate, explícate, que ya sé que eres más lista que Cardona.-

-Mira, marido, cuando estés en el mar, si te sale un submarino, fíjate en la bandera que lleva. Si es alemán, dices que eres germanófilo; si es inglés, anglófilo; si es ruso, rusófilo; y si es francés, francófilo.-

-¡Oh, que lista eres! No se me había ocurrido semejante agudeza. A fe que soy duro de mollera. Ya está decidido: seguro que con esta recomendación saldré triunfante en mi aventura.-

Al día siguiente, al amanecer, nuestro buen pescador se echó en su pequeña barca a la mar.

Los demás pescadores, al enterarse, se hacían de cruces. Semejante atrevimiento les había sacado de quicio.

-Loco, loco de remate- decían- siempre fue un hombre de cabeza caliente-.

Pasó las aguas jurisdiccionales y se internó en los lugares de pesca, jubiloso de su afán. La red se le llenaba de riqueza. Se sentía el más feliz de los mortales. Cantaba de gozo una canción vasca.

Cuando llenó sus depósitos de pesca, adelante con los faroles, hacía la costa con su magnifica carga. Pero, de repente, le echó el alto un monstruo del mar, un submarino. El pescador se acordó de la recomendación de su esposa y recibió el encuentro sin inmutarse. Miró en busca de la bandera para ver su nacionalidad, pero no la vio por ninguna parte.

-¡En buena me he metido! -exclamó- ¡Ojalá estuviera mi mujer aquí para que hablara por mí!-

Como era valiente, no se acobardó, a pesar de todo.

El capitán del submarino le hizo señales de rigor y le ordenó que se acercara al barco de guerra.

-El valor es para las ocasiones, y de cobarde no hay nada escrito –pensaba para sí el pescador-. Me haré el ignorante y diré que no entiendo nada de nada.-

Por la boca muere el pez.

En boca cerrada no entran moscas.

-¿Quién eres?- Interrogó el capitán.

-Un pobre pescador con siete hijos que se me mueren de hambre y no he tenido mas remedio que salir a pescar.-

-No me vengas con excusas. Sospecho que eres un miserable espía. Tu aventura te va costar la cabeza.-

-No, no, usted piensa mal de mí. He salido a la mar por necesidad. Si estuviera aquí mi mujer, que es muy lista, ella le probaría a usted que digo la verdad.-
Al verlo solo, ahí, el capitán reflexionó, y pensó que era un hombre muy valiente, por lo que le tomo simpatía.

Bueno. Está bien. Vamos a ver –le dijo-: ¿eres rusófilo?
-No entiendo nada de nada.
-¿Eres anglófilo?
-Cerca, cerca lo va usted a adivinar.
-¿Eres francófilo?
-Cerquita, cerquita, casi lo ha adivinado usted.
-Pero vamos a ver, ¿quieres decirme qué eres?
-Mire usted, soy Teófilo, el de Bermeo.
-¡Ah!, ¿has dicho que eres francófilo?
-No, no señor: Teófilo, el de Bermeo.

No hay comentarios: